Liturgia 2

Momentos de la Misa que se nos pierden

El comienzo de la celebración de la Misa nos suele encontrar tan acelerados que no llegamos a advertir pequeños detalles que lo integran. Observemos un poco:

• Al llegar al altar, el sacerdote y los ministros sagrados saludan al altar con una reverencia; es una manera de reconocer la presencia misteriosa e invisible del Señor Dios.
• Luego el sacerdote venera el altar con un beso y a veces, en ocasiones especiales, con el incienso, que es un humo perfumado utilizado como signo de la oración de los creyentes. El altar simboliza a Cristo, «piedra del sacrificio, -como dice el Salmo- desechada por los arquitectos pero convertida en piedra fundamental» y para los católicos es el lugar central del templo, en torno al cual, el pueblo renueva el Sacrificio que le da Vida.
• El sacerdote y los ministros se dirigen a «la sede», un lugar situado en un sitio diverso del altar y también distinto del que se proclama la Palabra. Desde la sede, preside los ritos iniciales, y los ritos conclusivos. Todos se encuentran de pie, que es la postura más «activa» de las tres posibles en la Liturgia. Estamos de pie para orar comunitariamente, ya expresándonos todos juntos, ya expresándonos por medio de la oración del sacerdote que preside, y en los diálogos entre el sacerdote y la asamblea.
• En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así comienza nuestra Misa. Bendecidos bajo el signo de la Cruz terminará. Es como la definición del cristiano. Es un gesto importante porque con él declaramos que el madero sobre el cual murió Nuestro Señor ha dejado de ser un signo infamante para convertirse en la señal de nuestra gloria. En la Misa, todo nos irá encaminando por los pasos del Señor, bajo el signo de la Cruz. Todo nos irá convenciendo de que la muerte de Cristo en la cruz no fue el acto de un suicida, ni el gesto cruel de un Dios-verdugo, ni la insensatez de quien sin saber lo que hacía se entregó por una causa perdida. Fue la acción libre de un Dios que nos quiere para la libertad. Fue la acción voluntaria de quien manifestó de modo extremo hasta qué punto es Dios capaz de amarnos. Fue la acción de un Dios que se hizo hombre para que nosotros, pasando por la cruz, ganáramos la vida.
• Sigue el saludo sagrado. Aún cuando pueda inspirarse en textos escritos por san Pablo, no pierde el carácter cálido y fraterno que esos mismos saludos encierran, al principio o al final de sus cartas. Con el mismo espíritu con que el Apóstol deseaba la gracia y la paz somos saludados nosotros. Con fervor equivalente y conciencia de lo que recibimos deberíamos responder «y con tu espíritu» de manera mucho más vibrante que como lamentablemente suele ser: expresión automática, casi sin pensar ni desear nada.
• Inmediatamente el sacerdote, u otra persona según la costumbre, introduce brevemente en las características de la Liturgia del día. Lo hace inspirándose, sobre todo en el mensaje central que surge de las lecturas que luego se proclamarán. Los fines de semana se utiliza para esta introducción un texto escrito; ese «guión» –así se llaman las intervenciones de la persona que «guía»– lo prepara un grupo de laicos de la comunidad parroquial que se reúne periódicamente para meditar la Palabra y encontrar en ella las líneas principales para el «hoy» de todos los que allí participan.